El queso fresco es un alimento muy popular, pues en su variedad de queso de Burgos está presente en todas las grandes cadenas de establecimientos de alimentación, y además goza de campañas de publicidad potentes y continuas.
Tiene un sabor suave y pocas calorías, lo que hace que sea muy atractivo como parte de las dietas de adelgazamiento o de dietas normales pero que eviten adquirir mucho peso. En realidad, hay muchas variedades de queso blanco, y los más conocidos son, aparte del burgos, el de Villalón, el requesón, el quark, la mozarella, el feta, el ricota, el mascarpone, o el cottage inglés.
El queso fresco se produce de varias maneras, a partir de leche de vaca, aunque también se prepara con leches de oveja o cabra, incluso de otros mamíferos en distintas partes del mundo, ya que es el queso más básico y sencillo de conseguir.
Es habitual utilizar lo que se llama coagulación ácida, a base de cuajo, zumo de limón o bacterias específicas, lo que al fin y al cabo provoca que la lactosa -el azúcar de la leche- se convierta en ácido láctico y este coagule las proteínas lácteas transformándose en elementos más simples y más digeribles, sólidos, resultando en lo que conocemos en el mundo de los alimentos como queso.
Este es el método tradicional, pero la industria utiliza otros más complejos, como la ultrafiltración. La leche se va pasando por filtros que retienen la grasa y las proteínas. Después se introduce en los envases, donde se añadirá cuajo, que formará el queso fresco en ellos, pasando a la refrigeración y venta. A continuación te mostramos cómo hacer queso fresco casero de la forma más fácil posible, sin cuajo y sin reposos largos.
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